La Habitación Número 9

De los lugares donde viví, el que llamé «hogar»

A Juan.

La habitación número nueve fue mi cueva durante un año. Quien entraba allí entraba directamente en mi interior. No había nada que ocultar. Estaba yo toda allí. Ni más ni menos. La habitación 9 era la última piecita del Hostel Zonda. Suponíamos que, cuando en esa casa vivía una familia, había sido esa la despensa.

Entraba dos cuchetas (o literas) y una silla. En una esquina dormía un destartalado ventilador. No tenía ventanas como el resto de las otras habitaciones, tenía dos rectángulos de diez centímetros de ancho que componían simplemente un respiradero para la habitación. A mí me gustaba pararme en la cama a fumar mientras veía lo que pasaba al ras del suelo. Me sentía media Marques de Sade, salvando las distancias. Deliraba con escribir en papelitos historias sádicas y lanzarlos a la vereda para que la gente los leyera.

Yo pensé que no iba a aguantar. Con todas las manías que tengo, pensé que a los dos días iba a ir a dormir a quien sabe donde. Pero en esa casa tan grande, con tanto intercambio de gente, con tanto movimiento, con tanta locura me hizo sentir más libre que en cualquier otro lugar. No sentía ningún tipo de prejuicio, ni de obligación con los demás. Y sin embargo la energía fluía.

Disfrutaba que la gente me fuera a visitar. Que mis verdaderos amigos entraran a la cueva con la naturalidad de reconocerme a mí en cada objeto de ese lugar. Amaba que se tomaran ese momento de sus vidas para compartirlas conmigo, en mi cueva, en mi guarida.

Donde estoy es muy parecido. Siendo soberbia es un poco más amplio, tengo una cocinita y baño propio. Tengo  una modesta pero orgullosa colección de tontos e invaluables souvenires y un pez como mascota. Sigue siendo mi cueva. Sigue siendo la habitación 9.

Ivana Taft

5 respuestas a “La Habitación Número 9

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