CICLOS.

Me duelen las piernas de tanto caminar en círculo. La cabeza me pesa. Tengo la espalda encorvada y mis dientes gastados de masticar tanta frustración. Estoy cansada, aunque duerma por horas. Siento que la puerta de mi jaula está abierta, pero aun así no puedo salir. Suspiro frustrada y en silencio, vencida por el agotamiento de la rutina. En estos días, mi instinto animal aúlla con fuerza en mi interior, desgarrándose en un lamento apagado, con la necesidad mutilada de correr libre y escapar de esta descontrolada monotonía.

Me molesta la panza, me arde… el bajo vientre se infla como un globo, y siento que está lleno de frustraciones y deseos líquidos incumplidos. Mi cuerpo estalla, no entra en este envase la enorme necesidad de crecer y de cambiar, de mudar mi piel y de volver a empezar, quizás en el medio de la vida.

Es muy difícil lidiar con todas las Ivana que hay adentro mío. Con el falso deseo de ser alguien que no soy, con la aceptación orgullosa de mi pasado, con mis planes utópicos y con todos los proyectos que voy haciendo y deshaciendo en el camino.

Este sentimiento de no sentir mi edad, ¿es para siempre?

No quiero llorar, no ahora, porque apenas lo haga, no voy a poder parar, y el exagerado sentimiento de que -indefectiblemente- voy a morir de amor y soledad, parece que es totalmente cierto. Les aseguro que esa no es la idea; llorar y morir de amor y soledad como un dramático personaje de Gabriel García Márquez. Es que estos ciclos mensuales hacen que todo se revolucione, se mezcle, se arme y desarme un millón de veces y, por las dudas, una vez más.

Si lo pienso (mientras dibujo firuletes en el primer papel en blanco que encuentro), si me siento un momento conmigo, y ordeno mis pensamientos; reconozco que tengo resuelta mi existencia. Al menos en el próximo tiempo. Al menos hasta el mes que viene. Si me acepto, no le tengo miedo a mi instinto animal, la panza no me arde de ansiedad y la cabeza vuelve a flotar, para que mi espalda se estire inalcanzable.

Cuando encuentro la punta del cordel de este embrollo de nudos y conexiones inconexas, mi cuerpo y mi mente se equilibra, otra vez se vuelven uno. Cuando estoy en paz con la luna, y en buenos términos con el sol, es el momento en que -al fin- el ciclo menstrual hace presencia, abriéndose paso entre mis piernas, en una bendición roja y caliente, llena de inagotable vida, de repetida muerte, que purga con divino perdón mi alma, llevándose esa dolencia que me quema las entrañas y que siembra la duda constante en el “que será de mí” de mi ingenuo y desolado consciente.

Y otra vez me siento plena. Hasta el ciclo que viene.

Ivana Taft

Texto escrito en 2019, vuelto a reescribir en agosto 2020.

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